Este que es en verdad incondicional.
No me atrevo a compararlo con el de los hombres. No puedo. Eres Tú el amor
mismo. (1 Juan 4:8)
Estás cubierto de gloria. Tus
cabellos brillan (Génesis 1:26) y tu voz es como de truenos. Tus manos
me pueden levantar, tu labios me puede besar, tus oídos pueden sentir cuando mi
corazón palpita y tus palabras me alimentan. Pero mis ojos no pueden ver tu
gloria en completa desnudez. Mi corazón moriría y mi alma se paralizaría.
Porque eres tan grande, más brillante que todos los astros juntos, en tus manos
cabe todo el universo, y se hace lo que tu boca llena de amor manda. Eres
el dueño del cielo, el que sopla las nubes para que se muevan y el que empuja
al sol y a la luna para que alumbren. Eres Quien rasga los cielos con un
arcoíris y sueltas a los pájaros en vuelo.
¿Qué clase de amor es este?
Me amas con un amor que no puedo
comprender. Porque al mundo mandaste un pedazo de tu alma. Tenías un Hijo.
Miguel. Jesús. Cristo. Y nos lo diste para salvarnos. Librarnos de
Satanás que es la causa de todos los males.
Él nos amó, nos amó por medio de su
Padre. Nos amó con santidad y perfecto amor. Nos salvó. Derramó su sangre y
rogó por nuestras almas hasta su último aliento. “Y Jesús decía: Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Y todo el cielo lloró
con su muerte. Con el rechazo de la raza que vino a salvar, que lo azotó.
“Sin embargo, el llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. Y
nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y por abatido. Pero él fue
herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de
nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos sanados” (Isaías 53:4-5). Se
humilló. Pero sabía que valía la pena. Murió para gloria del nombre de Dios y
por amor a nosotros, por salvar al más vil pecador. Sabía que aunque el mundo
se estuviera consumiendo en sus pecados y ahogándose en un amor falso, habría
almas que se levantarían de entre las ruinas espirituales, y gritarían su nombre
y sus verdades.
No me importa que mi garganta se
rasgue y los impíos agiten mi alma. Pero mi boca no callará, y mi corazón no
dejará de latir en tu Nombre. No vivo aquí para hacer feliz a los hombres. Vivo
para que me des tu luz y me uses para hablar de tu gloria y amor que son
infinitos. Para vivir en la verdadera paz y que me acaricié el viento y las
gotitas de lluvia, que apenas es un roce de la presencia de tu poder.
Porque mi corazón crece con tus palabras, y mis pies por amor siguen tus caminos.
“Y algún día en vez de una cruz, mi corona Jesús, me dará” (Himno: En el
monte Calvario.) Por que la voz de los inocentes clama a ti desde la
tierra (Génesis 4:10). Y Tú prestas atención. Y nos levantarás, nos arrancarás
de este mundo sucio. Y nos pondrás una corona, nos harás más bellos de lo
que imaginamos y santificarás nuestro corazón.
Dios, tu amor es perfecto.
Autor: Lizzy Marcella Hernández Soto
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