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Mostrando entradas de mayo, 2013

Disciplina en un mundo indisciplinado

Cuando yo era niño, mi madre mantenía una disciplina seria y constante. Es posible que algunos la descalificarían hoy, si supieran todo lo que hizo por mantener la rectitud y la espiritualidad en sus nueve hijos. Cuando alguno de nosotros decía alguna mala palabra, nos decía que era necesario limpiar nuestra vida y limpiar nuestra boca. Oraba con nosotros y luego procedía a lavarnos la boca con jabón (era uno de color amarillo, para la ropa, que sabía a rayos). Hoy, después de varias décadas, no puedo pronunciar ninguna de esas palabras, por las cuales mi madre me disciplinó. Ella falleció en 1987. Hoy, rindo tributo a su memoria y exalto sus valores espirituales, morales, físicos y mentales. Hoy, los nueve seguimos luchando por mantenernos fieles a la bienaventurada esperanza del retorno de nuestro Señor Jesucristo. Vivimos en un mundo cada vez más difícil. Una sociedad corrompida en todas sus estructuras y niveles. Se ensalzan la mentira, la falsedad, el orgullo, la v

El secreto

A lo largo de mi vida (que no es mucho) me he topado con personas que al conocerlas he descubierto una misma variable, la falta de fe, y es que en la mayoría de los problemas de las personas, parece que ellas mismas son quienes hacen de ese problema mas grande de lo que realmente es y lo convierten en un verdadero gigante al cual difícilmente pueden enfrentarse para derribarlo. En el libro “Dímelo de frente” de Fernando Zabala, me encontré una historia que hace referencia a esto, llamada “un millón de sapos”, donde un granjero que vivía junto a un pozo no podía dormir en las noches debido a que de ese pozo emanaba un molesto ruido como de un millón de sapos, pero al final descubrió que solo eran dos pequeños sapitos que apenas cabían en la palma de una mano. ¿No será que en nuestras vidas pasa lo mismo? ¿Que nuestros problemas los hacemos mas grandes como este granjero, que donde solo hay dos sapos nosotros escuchamos un millón? Sin embargo, no tenemos porque darle má

Las despedidas

Todavía recuerdo la escena en mi mente:  Ahí estaban mi mama y mi hermana, listas para tomar el autobús de regreso a casa.  Habían venido a pasar dos semanas conmigo y con mi esposo en la época de Navidad y era el momento de despedirnos.  Yo había escrito una tarjeta para cada una donde les decía cuánto las amaba y cuánto me dolía que se marcharan; incluso se los había dicho en persona.  No me gustaba tener que dejarlas, yo no quería que se fueran.  Pero ellas tienen su vida en su hogar, en su tierra; y yo también, aunque lejos de ellas, al lado de mi esposo. Me dolió mucho separarme de sus brazos y verlas marcharse.  Cuando subieron al autobús quería yo también subirme e irme con ellas, pero en ese caso tendría que haberme despedido de mi esposo, también con dolor.  Se fueron.  Yo me quedé sufriendo, como se quedan todos aquellos que ven partir a sus seres queridos. Un abrazo fuerte, tal vez un beso, quizá unos ojos llorosos, pero siempre con el corazón sufriendo, es