Diariamente escuchamos noticias sobre muertes. Ya sea en masa o individualmente, mucha gente está muriendo todos los días en el mundo entero. Por hambre, por guerra, por enfermedad, por asesinato, por accidente… ¿Quién puede contar las muertes? ¿Quién puede detenerlas?
La muerte trae
dolor al ser humano. Es una pérdida
irreparable. Es probable que todos
hayamos experimentado el fallecimiento de un ser querido y cercano, y todos
sabemos lo triste que es un funeral, un sepelio, una despedida.
Hace ya tiempo
murió un tío mío. Se llamaba Darío
Saucedo. Mucha parte de su vida trabajo
para la Policía Municipal de Chihuahua. Llegó a ser Capitán de la misma. Aún lo era cuando murió. El no era cristiano,
pero fue una persona muy querida, admirada y apreciada por todos sus
subordinados, y lo respetaban mucho.
Recuerdo muy bien
su funeral, creo que nunca lo voy a olvidar porque se quedó algo muy grabado en
mi mente. Asistieron muchos compañeros
de trabajo vestidos con su uniforme de gala y sus patrullas.
Asistimos a la
misa que le hizo su esposa, y después en caravana, junto con muchas patrullas,
todas ellas con sus luces encendidas sin sirena, nos dirigimos al panteón.
Ahí, antes de
depositar la caja en la tumba, los policías hicieron algo que todavía
recuerdo: Uno de ellos, comenzó a pasar
lista, mencionando el nombre de quien estaba ahí:
“Sergio Cobos”, - “Presente” – gritaba Sergio.
“Arturo Landeros”,
- “Presente” – respondía Arturo.
“Mario Jiménez”, -
“Presente” – gritaba aquel.
“Julio Reyes”, - “Presente”
– contestó aquel.
“Darío Saucedo”…
Y el silencio fue
terrible…
“Darío Saucedo”…
– nadie respondió.
Y entonces
comenzaron a hacer varios disparos al aire con sus armas, en señal de duelo.
Mi tío estaba
muerto, no pudo decir presente.
Creo que todos
sentimos lo mismo cuando el nombre de mi tío fue llamado y nadie respondió. Se
siente un nudo en la garganta terrible.
Sin duda que hay
innumerables historias de funerales tristes. El saber que nunca más en esta
vida vamos a volver a ver a esa persona, a platicar con ella, a darle un
abrazo, un beso, es un dolor inexplicable, inexpresable.
¿Qué significa la
muerte para nosotros los cristianos? ¿Cómo debemos
afrontarla? Tenemos una
esperanza y las promesas de Dios, pero aún así, la muerte continúa siendo muy
dolorosa. Sin embargo, aquellas personas
que conocemos y que mueren confiando en que Cristo los llamará a vida cuando él
venga, son un aliciente para nosotros, porque sabemos que es solamente un sueño,
un descanso, que no es para siempre, y que nos encontraremos con ellas otra
vez.
Además, ¡ellos ya
están salvados y listos para la eternidad! Es probable que a muchos de ellos Dios los llamó al descanso porque ya
están listos…Qué gozo y qué privilegio morir en el Señor. La siguiente imagen que vean ellos será a
Cristo venir en las nubes de los cielos.
No debemos tener miedo a morir, debemos tener miedo a morir sin estar preparados. Es por eso que debemos aprovechar cada momento para nuestra preparación.
Y al pensar en
esas trágicas y tristes muertes que todos los días vemos en las noticias y en
los periódicos, pensemos que pronto, muy pronto llegará el momento cuando por
fin se de por terminada la lucha contra la muerte y ésta salga perdiendo para
siempre. La humanidad está sufriendo
cada vez más y todos los días pasan ante nuestros ojos noticias de muertes y
más muertes, haciéndonos sentir impotentes y temerosos, sin saber qué
hacer.
Pero no podemos evitar
sentir esa sensación de alegría cuando sabemos que aunque vayamos al descanso, Cristo
volverá y todos ¡TODOS! los que descansaron esperándolo, volverán a la vida y
esta vez para siempre.
¿Que será ver a
esos seres amados que murieron con sus cuerpos deteriorados, envejecidos, enfermos? Algunos sin ver, otros sin poder moverse,
otros agonizando por el dolor. Y cuando
los volvamos a ver, ¡estarán con sus cuerpos perfectos! ¡Gloria sea a nuestro
Dios por eso!
1 Corintios
15:51-56
Pero quiero que
conozcan el designio secreto de Dios: No todos moriremos, pero todos seremos
transformados. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta. Porque sonará trompeta, y los
muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados. Pues
nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible, y nuestro
cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad.
Isaías 25:8,9
El Señor destruirá
para siempre la muerte, secará las lágrimas de los ojos de todos y hará
desaparecer en toda la tierra la deshonra de su pueblo. En ese día se dirá: Este es nuestro Dios, en él
confiamos y él nos salvó. Alegrémonos,
gocémonos, él nos ha salvado.
Y cuando nuestra
naturaleza corruptible se haya revestido de lo incorruptible, y cuando nuestro
cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, podremos decir con emoción y júbilo:
“La muerte ha sido devorada por la victoria. Ahora sí, Muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?
Cristo viene
glorioso y triunfante a despertar a todos sus hijos de las garras de la muerte
y a vencerla para siempre. Entonces la
muerte no será más entre el pueblo del Dios Todopoderoso.
¡Qué gozo, qué
privilegio ser parte de ese grupo de salvados!
¿Estamos preparándonos
para estar presentes en ese encuentro con Cristo, cuando él llame a todos sus
salvados de todos los confines de la tierra? No perdamos un
solo momento más. Hoy es el tiempo, ya
Cristo viene, no debemos permitir que los negocios de este mundo nos distraigan,
que nadie nos arrebate la dicha y el privilegio de salir victoriosos y de haber
alcanzado nuestra meta final: DECIR
PRESENTE CUANDO DIOS LLAME DE TODOS LOS CONFINES DE LA TIERRA, A LOS REDIMIDOS.
Sería muy triste
que se mencione nuestro nombre y nadie responda, ¿verdad?
A veces me he
puesto a pensar que sería ese momento cuando se dijera mi nombre y yo no
respondiera. No quiero que suceda, (¿alguien
puede soportar el pensamiento de perderse?) Deseo que mi vida ahora pueda ser
guiada y transformada por el Espíritu Santo y que mis pasos momento a momento,
día a día me conduzcan a ese encuentro glorioso con Cristo, cuando yo pueda
responder junto a mis seres queridos y a todos mis hermanos que vamos en la
misma lucha hacia la patria celestial. ¡Que grandioso acontecimiento nos aguarda!
Yo quiero decir Presente Cuando Suene la Trompeta y llamen mi nombre, ¿ustedes no? En ese momento sabré que valió la pena, que ningún precio fue demasiado alto, ningún sacrificio fue demasiado grande, que las angustias presentes no fueron nunca comparadas con esa gloria venidera.
Autor: Cecilia López
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