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NO SE TRATA DE SENTIR, SE TRATA DE CREER



Conocí a Rebeca en un periodo oscuro de su temprana juventud.  Apenas tenía 18 años y la vida ya le había dado a probar amargura y soledad.

Años atrás, su padre los había abandonado a ella, a su hermanito y a su madre.  Sin embargo, la dedicación y el amor que su madre y su abuela brindaron a los dos niños, enseñó a Rebeca a crecer sintiéndose amada y protegida, aún con la ausencia de su padre.

Conoció de Dios y de su amor cuando estaba en la secundaria, y su amor por Cristo creció tanto, que se bautizó junto con su hermano y su madre el mismo día de su cumpleaños número 15.

Un día la tristeza llegó a su hogar.  La abuelita cayó presa de una enfermedad que rápidamente la llevó a la muerte.  Y antes de recuperarse de la triste ausencia de su querida viejecita, su madre fue diagnosticada con cáncer.   El doctor no le daba muchas esperanzas de sanar, y tampoco mucho tiempo de vida.

Rebeca conocía a ese Dios Todopoderoso, y se aferró fuertemente a sus promesas; día y noche le rogaba al Señor que sanara a su madre, que hiciera un milagro y le quitara esa enfermedad que se la estaba llevando a la muerte.  La joven sabía que Dios era poderoso para obrar un milagro, que Dios podía hacer lo que a todos los demás les resultaba imposible. ¿Qué importaba si los doctores habían perdido toda confianza? ¿qué importaba si todo estaba en contra? Ella estaba al lado de un Dios maravilloso y todopoderoso.

Y por espacio de algunos meses, el tiempo que su madre sufrió la agonía de la enfermedad, Rebeca estuvo rogándole a Dios por ese milagro de sanación.  Tenía fe en que su madre sanaría para la honra y gloria de Dios. Ayunaba junto con un grupo de la iglesia todos los domingos, exclusivamente por esa petición especial. En cada momento de su vida, si al ir, o al venir, al acostarse o levantarse, siempre estaba suplicándole a Dios que sanara a su madre. Era lo único que Rebeca y su hermano tenían.

Los doctores ya habían desahuciado a la enferma y la habían mandado a su casa sin ninguna esperanza, sin ningún tratamiento. Para ellos la única certeza era solamente ir a casa y esperar la muerte.

Pero Rebeca no se iba a dar por vencida. Confiaba que su amado Dios podía revertir todo el daño que la enfermedad había causado, y que su madre sería un testimonio vivo para esos doctores y para tanta gente que oraba por ella en la iglesia, del gran poder del Dios Infinito.

No obstante, un domingo, cuando de costumbre la joven oró derramando su alma ante el Padre, recibió de su hermano la noticia que su madre estaba vomitando muy esforzada, y tras un fuerte grito de dolor, expiró.

Ahí se acabaron los sueños y las esperanzas de Rebeca. Ahí terminó su fe y su fortaleza interior, ahí se quedó su confianza en un Dios grande, bueno, todopoderoso. Y surgió una joven confundida, decepcionada, abandonada.

Ella y su hermano fueron llevados al hogar de una tía, su familiar más cercano. Un hogar donde no se sabía del Dios que Rebeca conocía.  Era una casa de gritos, pleitos, un padre borracho, una madre amargada.  Y no había para donde ir.  

Rebeca se sintió desilusionada y decepcionada de un Dios en el que ella confió. Un ser Infinito y Todopoderoso que con solo mencionarlo, puede dar vida y salud a quien El desea, un Ser que pudo haber hecho un milagro en la vida de su madre, y en la de ella, y sin embargo, lejos de eso, la llevó a un pozo de desesperación peor de lo que se hubiera imaginado.

Ya no había quien pudiera decirle a la joven que Dios era bueno y todo amor, no había quien la convenciera de que Dios tiene un buen propósito para nuestras vidas. Frustrada y desesperanzada, altamente decepcionada, se alejó de Dios, y fue capaz de gritarle y decirle que nunca más le volviera a decir que la amaba y se preocupaba por ella, porque no era cierto, porque ella no lo sentía, porque no lo había visto y porque estaba muy, pero muy enojada con el. Le gritó que no quería volver a saber nada más de El y de su amor.

Ahí la conocí yo. Y volví a escuchar de sus labios toda esa amargura que brotaba de un corazón hecho pedazos, de un corazón decepcionado.

¿Te has fijado qué fácil es, cuando todo te va bien en la vida, cuando no estás sufriendo, y todo sale perfecto, darle honor y alabanza a Dios; cuando estás siendo muy bendecido, y todos tus seres queridos gozan de salud, bienestar, prosperidad; cuando oras y Dios responde tus oraciones; cuando todo sale como lo planeas; qué fácil es ser agradecido y decir, es más, gritar, que Dios es maravilloso y sublime, grande en amor y misericordia, que te ama mucho y eres uno de sus consentidos?


Lo difícil es tener ese temple y fortaleza, ese mismo sentir en tu corazón, cuando todo está en tu contra, cuando a pesar de haberle confiado tu vida, parece que Dios no te escucha, y lejos de eso, parece que pone obstáculo tras obstáculo para que ningún sueño se te realice. Cuando sabes que El lo puede hacer todo por ti, darte lo que necesitas, y en cambio no lo hace, y lejos de darte bendición, llega más tristeza y dolor a tu vida. Cuando sientes que le hablas y El no te está poniendo atención. Cuando sientes que a todos escucha y les ayuda, menos a ti.

Si no has conocido a nadie en esa situación, déjame decirte que hay gente allá afuera que está sintiendo así.  Y Rebeca es una de ellas. ¿Qué le dices a una persona que te confiesa con lágrimas de dolor que realmente confió en Dios, que realmente le creyó cuando El dijo que “todo lo que pidieres en mi nombre, creyendo, lo recibiréis”, (Mateo 21:22) y en cambio su vida esta vacía? Un milagro no se hizo, una petición no fue respondida, un acto de fe fue “pasado por alto”.

De todas las frases que busqué en mi interior para hablar con ella, no encontré  ninguna que la hiciera sentir mejor.  Ahí estaba llorando, derramando su tristeza y su dolor.
“Dios sabe lo que hace”, no, no se oye bien en este momento.
“Dios tiene un plan que tu no sabes”, suena bien, pero…  ¿lo entenderá ella?
“Dios lo hizo porque…” Y yo qué voy a saber de los designios o planes de Dios.

Y seguimos llorando.  Ella sin entender, sin respuestas, sin explicaciones, tragándose el dolor y el sentimiento de que Dios le había fallado cuando más lo había necesitado.

¿Qué tal esa frase de “Cuando viste que solo había un par de huellas, y creías que estabas solo, era porque yo te iba cargando”? Mmm…
Había tantas frases allá afuera, tan comunes a veces. Lindos pensamientos y reflexiones que nos hablan de un Dios maravilloso que siempre está a tu lado.

El problema de Rebeca no era NO CONOCER a ese Dios, su problema era que NO ESTABA SINTIENDO LA PRESENCIA de ese Dios. En el fondo ella sabía que Dios no la dejaría, que la amaba, que se preocupaba por ella, que sufría con ella.  Lo había leído, lo había escuchado en la iglesia, o de los labios de algunos hermanos. Ella lo sabía, pero no SENTIA nada al respecto. Su corazón estaba frío, su alma sentía frío. Ella no sentía el amor de Dios, ella no veía el amor de Dios en su vida.  Me dijo que miraba y miraba alrededor y no veía el Poder de Dios actuando en su vida, ni en su favor.

Entonces fuimos a la Biblia.  Se puso renuente a leer la Palabra de Dios, tan frustrada se sentía.  Pero me dejó leerle algunos versículos.
Y conforme fuimos leyendo, sus lágrimas brotaron con mayor intensidad.  Era su alma reclamándole a Dios.  Y también era Dios hablándole a su ser, suavizando nuevamente ese endurecido y amargado corazón.

Salmo 42,
Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas,
Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche,
Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?
Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí;
De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios,
Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.
¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.
Dios mío, mi alma está abatida en mí;
Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán,
Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar.
Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas;
Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí.
Pero de día mandará Jehová su misericordia,
Y de noche su cántico estará conmigo,
Y mi oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?
¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?
10 
Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan,
Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?
11 
¿Por qué te abates, oh alma mía,
Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios; porque aún he de alabarle,
Salvación mía y Dios mío.

“Rebeca, ¿crees que Dios te ama?” le pregunté.
“No”, ella seguía llorando, pero me miró fijamente “Puede amar a todos, menos a mi”.

Romanos 8
38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Y leímos la historia de José, abandonado y traicionado, nunca perdió su fe en Dios;  Job, después de haber perdido todo lo que tenía, casi repentinamente, nunca abandonó su fe en Dios;
David, amenazado de muerte, huyendo como un delincuente, nunca perdió su fe en Dios;
La Reina Ester, amenazada de muerte por un hombre que odiaba a su pueblo, no renunció a su fe en Dios;
y el mismo Jesús, traicionado y abandonado por los únicos amigos que tenía en este mundo, nunca perdió su fe y siguió firme hasta el final.

Rebeca, y Amigo que lees esto mientras estás pasando por un momento difícil en tu vida: Tienes que comprender que no se trata de sentir, sino de SABER que Dios está contigo; se trata de CONFIAR, cuando no veas nada.  De confiar con los ojos cerrados.

Aún cuando todo a tu alrededor se derrumbe y parezca que el mismo Dios te ha abandonado, no es así.  Hay que seguir CONFIANDO en El.  Dios ha prometido en su palabra que nunca te abandonará, que nunca te dejará. Aunque no sientas su mano sobre ti, aunque no sientas su presencia, no significa que no este ahí.  Solamente cree, solamente CREELE, CONFIA en EL. Y Dios se encargará de traer paz a tu corazón, aún en medio del más profundo dolor.
Dios trabaja en el corazón herido de Rebeca. 


Ella ha dejado de pedir explicaciones, ha dejado de preguntarle a Dios  ¿Por qué?

Todavía no encuentra una razón, todavía no ve con claridad el panorama, pero ahora ella cree en su interior que algún día entenderá por que Dios en su infinita sabiduría permitió que su mama muriera. Todavía no lo concibe, ni lo comprende, pero CREE firmemente que DEBE HABER una razón muy poderosa de parte de Dios, y confía en su amor.

También sabe que si en este mundo de dolor y pecado no tiene explicaciones, en el cielo Jesús se encargará de enjugar sus lágrimas y explicarle por qué las cosas tenían que suceder tal y como pasaron.

No ha sido fácil ni rápida, su recuperación espiritual, pero ha aprendido a conocer a ese Dios demasiado sabio para saber lo que hace, y demasiado bueno para causar dolor innecesario.

Y yo he aprendido también que no es suficiente repetir palabras de consuelo que llegan a un corazón dolorido, y lo único que provocan es más dolor.  Es necesario PRIMERO conocer verdaderamente a ese Dios maravilloso, saber de su eterno amor y su infinita bondad.  Es necesario haber padecido también, y haber sido consolados en el Espíritu, y a través de esa consolación y experiencia, dar de lo recibido a los que lo necesitan.

Cuando encuentres a alguien que está sufriendo gravemente y se ha alejado de Dios, espiritualmente, a causa de un gran dolor, no lo abrumes con frases conocidas tratando de brindarle consuelo. Ve a esa persona contando de tu dolor y tu experiencia, y cuéntale cómo has aprendido a ver a Dios en medio de la tormenta. 

Tal y como, si fuera posible, se sentarían a contarlo José, David, Daniel, Ester.

Solo los que han pasado por el valle de sombra y de muerte, por el valle de la aflicción, y han salido a la luz, pueden hablar de ese Dios maravilloso que nunca los ha dejado.

Y aunque no hay explicaciones, no hay aparentes respuestas, el Dios maravilloso y Soberano todavía tiene nuestras vidas en sus manos, y todavía le importamos tanto, que no nos abandona a pesar de alejarnos de El.

Dios sabe lo que vives, Dios es bueno, Dios te ama, Dios no te abandonará. Dios debe tener una razón muy poderosa para permitir tu dolor.

Hay que conocer a ese Dios maravilloso, para poder acercarte a una persona que sufre y darle palabras de esperanza que lo hagan, poco a poco, ir confiando nuevamente en Dios, y con mas fe y mas voluntad, alabarlo por su gran y eterno AMOR.  Eso precisamente, es lo que Rebeca y yo aprendimos juntas.


Comentarios

  1. Que hermosa reflexión, sean muy bendecidos.
    mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com

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