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Las despedidas



Todavía recuerdo la escena en mi mente:  Ahí estaban mi mama y mi hermana, listas para tomar el autobús de regreso a casa.  Habían venido a pasar dos semanas conmigo y con mi esposo en la época de Navidad y era el momento de despedirnos.  Yo había escrito una tarjeta para cada una donde les decía cuánto las amaba y cuánto me dolía que se marcharan; incluso se los había dicho en persona.  No me gustaba tener que dejarlas, yo no quería que se fueran.  Pero ellas tienen su vida en su hogar, en su tierra; y yo también, aunque lejos de ellas, al lado de mi esposo.

Me dolió mucho separarme de sus brazos y verlas marcharse.  Cuando subieron al autobús quería yo también subirme e irme con ellas, pero en ese caso tendría que haberme despedido de mi esposo, también con dolor. 

Se fueron.  Yo me quedé sufriendo, como se quedan todos aquellos que ven partir a sus seres queridos.

Un abrazo fuerte, tal vez un beso, quizá unos ojos llorosos, pero siempre con el corazón sufriendo, es como uno se despide de sus seres queridos cuando no se les va a ver en largo, largo tiempo.

La vida sigue su marcha sin parar, y nosotros seres mortales vamos corriendo apresurados por el tiempo con nuestras jornadas diarias a cuestas.  Apenas tenemos tiempo para entristecernos y sentir el vacío que las personas dejan, cuando ya debemos volver a nuestra rutina diaria y seguir el curso de la vida.

Todos nos despedimos alguna vez de alguien a quien amamos, nuestros padres o nuestros hijos, nuestros hermanos o nuestros amigos, y sólo Dios sabe cuándo será el momento de volver a estar juntos de nuevo. Todos protagonizamos una triste despedida en algún momento de nuestra existencia.

Sin embargo, las despedidas son inevitables, si así no fuera, estaríamos siempre en el mismo lugar, rodeados de las mismas personas, sin la oportunidad de conocer a nadie más, a menos que ese “alguien más” se uniera a nuestro círculo y nunca más se fuera.  Imposible, ¿verdad?

Y al explorar nuevos horizontes y probar nuevos proyectos, nos vamos alejando y separando por plazos largos de la gente que queremos, al punto que pronto hacemos nuestra propia vida y son otros quienes llegan a nuestro círculo, y tampoco se van a quedar para siempre.

Es doloroso separarnos y despedirnos de nuestros seres amados.  Y aunque la tecnología nos ayuda a mantener comunicación con ellos, nunca será igual que verlos en persona, poder tocarlos, abrazarlos, ver sus sonrisas.

Probablemente la vida ideal sería estar siempre rodeado de la gente que amamos, y nunca separarte de ellos, viviendo juntos felices para siempre.   Qué gozo, ¿no?   Pero, ¿será esto posible? ¡Sí! ¡Sí puede ser real!  Pero no en esta vida, no en este mundo.

Para los que creemos en Jesús, para los que le creemos a Jesús, la esperanza de vivir toda una eternidad a su lado y también al lado de nuestros seres queridos, es lo que nos mantiene de pie frente al dolor de la separación y las distancias.

Yo vivo con la esperanza de que un día, no sé cuándo pero muy pronto, ya nunca más voy a volver a separarme de mi familia, porque viviremos en el mismo lugar, y seremos muy felices. No solamente mi familia y yo, sino millones de familias que ahora viven también separados por distancias o incluso por la muerte.

Jesús también tuvo que despedirse un día de sus discípulos, y ellos no volvieron a verlo nunca más. Esa separación también dolió. Pero Jesús les había prometido que volvería (Juan 14:1-3), y que nunca mas volverían a separarse.  Jesús prometió que ahí donde él estuviera, quería que también nosotros estuviéramos.  Sus discípulos, y nosotros, vivimos bajo esa promesa y esperanza, de que un día volveremos a reunirnos, para nunca más separarnos.

Un día ya no habrá que decir adiós.  Ahí vamos a ser realmente felices, compartiendo con todos y también con nuestro amado Jesús.  ¿Quién no desea ese momento?  Yo ya quiero que llegue, vivir alejada de mis amados, y también de Jesús, no me hace feliz.  Quiero abrazarlos a todos, quiero sentir sus manos en las mías y ver sus sonrisas, quiero vivir así eternamente.

Todo será diferente cuando Jesús venga a buscarnos y nos lleve a vivir al hogar celestial.  Ven pronto, Jesús, ven pronto.  Que así sea, amén.


Autor: Cecilia Lopez


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