
O nos hacemos
promesas a nosotros mismos. Muchos de
nosotros comenzamos el año con una promesa --- de hacer más ejercicio, de comer
mejor, de leer más la Biblia, de ser más fieles al Dios. Y no pasa ni un mes
cuando ya ni nos acordamos de la promesa ¡o a veces ni una semana!
Vamos a
explorar la historia de una mujer
que tenia una fe inquebrantable. Es una historia familiar, y probablemente
sabemos más de su hijo, que de esta mujer de la que vamos a hablar. Ella era
una mujer de Dios. Ella creía con todo su corazón en el poder de la oración.
La oración es
una realidad y cambia las cosas; las oraciones son como el oxígeno para los cristianos.
El nombre de
la mujer de la historia es Ana. Podemos aprender mucho de esta mujer, ella era
un excelente modelo a seguir, no solo para las mujeres. Ella no dudaba que Dios
podía y quería contestar todas sus oraciones. Y ella también estaba lista para
hacer una promesa a Dios y cumplirla.
En el libro de Patriarcas y Profetas
dice:
“Ana, era una mujer de piedad fervorosa. De carácter amable y modesto,
se distinguía por una seriedad profunda y una fe muy grande.” (Pág. 614)

Elcana tenía
otra esposa que se llamaba Penina. Al pasar los años, ella tuvo muchos hijos,
pero el gozo y la felicidad de la familia fue destruida porque ella no
desaprovechaba ninguna oportunidad para humillar a Ana porque ella no podía
tener hijos.
Ana estaba devastada,
su vida parecía no tener propósito. Pero aunque estaba con tanto dolor ella no
se quejó con su esposo.
Un año, Penina,
se burló de Ana más de lo usual. Ana estaba angustiada, ella lloraba, pero no
habló con nadie acerca de su tristeza. Ella cargaba su dolor calladamente
dentro de si. Ella no lo compartía con nadie, solo con Dios. Ella anhelaba que
su infertilidad terminara, y haría un pacto con Dios. Es por eso que trajo su petición
al Señor.
Que lección
para nosotros hoy. Cuando nos sentimos desanimados, ¿buscamos a Dios en
oración?
En los Salmos
tenemos muchas promesas de Dios que nos
enseñan que Él escucha y contesta nuestras oraciones. Salmos 34:6 dice: “Busqué a Jehová, y Él me oyó…” Ana es un ejemplo del poder de la oración.
Ella le pidió a Dios con todo su corazón y Él le dio a ella lo que ella quería.
1 Samuel 1:10,11 dice:
“Ella con amargura de alma oró a
Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos,
si te dignares a mirar la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te
olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo
dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”
Ella oraba rápidamente, solo moviendo sus labios, con lágrimas corriendo
por sus mejillas. Fervientemente ella le pedía a Dios que le quitara su vergüenza
y dolor y le diera el precioso regalo de un hijo. ¡Y luego ella hizo una
promesa! Ella dijo a Dios que si le diera un hijo varón, lo entrenaría y lo guiaría
para que le sirviera solo a Él.
Ana no pidió por un pequeño favor. ¡No, ella pidió un milagro! ¡No hay
nada ligero en su petición! Ella se
aseguró de que no había ningún error en su oración, en su petición. Fue específica. Ella dijo: “Dios, ¡Quiero un hijo! Y luego te
lo daré solo para tu servicio para siempre”
En ese tiempo
la gente se había vuelto corrupta, y se alejó de Dios. Aun los sacerdotes, los
hijos de Elí, eran corruptos. Pero la fe de Ana era pura.
Mientras ella
oraba aun, Elí, el sumo sacerdote, la vio y pensó que esta embriagada. Y
teniendo muy poca compasión, el la regañó. Pero Ana le aseguró a Elí que ella
no estaba embriagada, y le dijo
“No,
Señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni cidra,
sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una
mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he
hablado hasta ahora.” (1 Samuel 1:15, 16)
El sumo
sacerdote, conmovido enormemente, la bendijo y le dijo que se fuera en paz. Él
le aseguró que su petición había sido escuchada. Ana lo creyó.
Después que
Ana oro y habló con Elí, ella no estaba más triste porque Dios la había
bendecido. Ella se fue a su casa con su familia y no sabemos cuanto tiempo paso
después de que ella se dio cuenta de que estaba embarazada, ¿un mes, o dos?
Pero todo el tiempo, ella esperó y creyó en la promesa del Señor.
¿Te puedes
imaginar ese momento cuando finalmente ella ya no tuvo ese tiempo del mes? Y cuando le dijo a su esposo: “Esposo yo….¡yo
ESTOY EMBARAZADA! Y meses después el
bebe nació. Y ella lo nombro Samuel, un nombre que quiere decir “pedido a Dios”
o “Escuchado por Dios” ¡Que nombre tan
apropiado!

Ana tomó su
responsabilidad muy en serio. Oración, fe, y dedicación continuaron caracterizando
su vida, porque Ana sabía que la persona
que le da todo a Dios recibe mucho más a cambio.
Al paso del tiempo, una vez más Ana viajó a Silo nuevamente con su
esposo, ¡pero esta vez era diferente! Esta vez ella traía con ella al pequeño
niño. No sabemos que edad tenía. Y lo llevo al tabernáculo con Elí, recordándole
a él quien era ella y por qué ella traía su hijo a él. Ella le dijo a Elí: “Por
este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí.”
Porque una promesa era una promesa!!
Dios cuidaría de su precioso hijo Samuel quien había sido dedicado para
el servicio de Dios aun antes de que había sido concebido. ¡Qué feliz estaba Ana
de traerlo para Su servicio!
Me imagino que ella ha de haber tenido un dolor en su corazón cuando ella
se fue de regreso a su casa, pero aun así no dudó ni tambaleó por ningún
momento. Dios le había dado un hijo y ella iba a cumplir su promesa de regresárselo
a Él. No sabemos cuanto tiempo ella tuvo a Samuel con ella, pero fue suficiente
tiempo como para pensar dos veces acerca de su decisión. Pudiera haber pensado
que había hecho una decisión muy de prisa, o que estaba muy emocional en ese
momento, o que Elí no había criado bien a sus hijos y que no era buena idea
dejar a su hijo con él. Pudiera haber encontrado miles de excusas, ¡pero no lo
hizo! ¡Ella cumplió la promesa que le había
hecho a Dios A PESAR DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE LA RODEABAN!
¿Que tal nosotros? ¿Fallamos en cumplir con nuestras promesas a Dios por
las circunstancias?
Salomón dijo
en Eclesiastés 5:4, 5:
“Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se
complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y
no que prometas y no cumplas.”
Por su
fidelidad, Dios le dio a Ana cinco hijos más después que llevo a Samuel a Elí. Pero Samuel era su hijo especial, su hijo milagro.
Su fe vivió mediante
su hijo. Samuel, quien había nacido de una contestación de una oración y cuyo
nombre nos recuerda constantemente eso, llego a ser un hombre de oración
también. En unos pocos años Ana había moldeado el carácter de su hijo de un
modo que él llego a ser una bendición para toda la nación. Dios conversaba con
este muchachito desde muy temprana edad y a través de su vida.
¡En qué gran
hombre se convirtió! Ana tomó su
ministerio muy seriamente. Ella se aseguró que su hijo lo supiera, aun cuando
era pequeño, quién era, y por qué estaba vivo, y a quien serviría. Durante su
visita cada año, ella le recordaba que él había sido prometido y dedicado para
Dios.
¿Qué tal tu y
yo? ¿Hemos hecho promesas que no hemos cumplido? Nuestras promesas hechas unos
a otros no se deberían hacer a menos que las vayamos a cumplir. Y nuestras promesas a Dios son todavía mas
importantes.
Que Dios
pueda ayudarnos a tener mentes y corazones abiertos hacia Dios y nuestros
semejantes, y podamos tener la capacidad de ser responsables en nuestro trato
con los demás, estableciendo compromisos, y cumpliendo con nuestra parte.
Autores:
Elisa L.
Ibarra y Matías Soto
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