Éste era un joven que había caído en libertinaje sexual. En un bacanal lo drogaron y estuvo a punto de perder la vida. Se sentía vacío, miserable. Experto en amor, no conocía el amor. Siempre se había burlado de ese sentimiento “ciego”, asegurando que era sólo para mujeres y bobos idealistas; no obstante, ya no quería burlarse, ya no podía hacerlo. Cuando estuvo cerca de la muerte se percató de su profunda soledad. Estaba harto de la pornografía y de las aventuras rápidas. Deseaba contar con alguien a quien respetar y amar honestamente, con quien compartir los momentos alegres y tristes, con quien permanecer juntos en la adversidad, a quien brindar una frase de consuelo, de ánimo, de apoyo. Ansiaba conocer a una mujer a quien entregar el alma y el corazón sin condiciones, sin fingir más; sobre todo, una mujer dispuesta a entregarle también su alma y no sólo su cuerpo…
Pero, ¿cómo conocer a alguien así? ¿Dónde hallarlo? ¿Y si lo encontraba, como ganar su respeto? ¿Cómo lograr que una chica con valores elevados lo amara? ¿Cómo cambiar su pasado? ¿Cómo hacer “cuenta nueva” en una vida tan lastimada?
Pensó en acudir a un psicólogo, pero desistió. Ningún consejero comprendería el dolor que sentía. Era algo tan profundo, tan íntimo, tan suyo, que sólo Dios entendería.
¿Dios?
En su habitación buscó hablar con El, pero le fue imposible. Era mucho el daño causado a tantas chicas, el cariño fingido a cambio de placeres genitales; había dado tantas veces la espalda al amor verdadero, había negado a Dios, se había burlado de la religión. ¿Cómo podía orar alguien cómo el? Se sentía vacío y miserable.
Pensó en salir de la habitación y hablarle a cualquier chica para pasar con ella la noche, pero apenas comenzó a marcar el teléfono sintió asco y colgó. La idea del suicidio lo tentó. Fue al librero en busca de una navaja. Comenzó a arrojar objetos al suelo. La soledad lo asfixiaba. De pronto se detuvo. Frente a él se encontraba un voluminoso libro negro. Una Biblia vieja y polvosa. Nadie en su casa la había abierto en años. Tomó el libro en sus manos y le dio un par de golpecitos. Una nube de polvo se levantó. Tosió. Abanicó con la mano el aire. Todo a su alrededor le recordaba lo indigno que era. Estaba hundido en el fango.
Abrió la Biblia por primera vez en su vida. Al azar.
Frente a el apareció un pasaje del evangelio donde Pedro negaba al Señor. Una, dos veces, y el momento en que por tercera vez gritaba:” ¡no lo conozco, no se de quien me hablan déjenme en paz! Jesús pasaba por ahí y miró a Pedro. Entonces Pedro, al ver su mirada, salía corriendo y rompía a llorar abiertamente.
Cerró la Biblia y se preguntó:¿cómo habrá sido la mirada de Jesús hacia Pedro? ¿Habría reproche en ella? ¿Habría amenaza, enojo, frustración? ¿Qué le habrá querido decir con los ojos? Tal vez “te advertí que me negarías” o “¿Ya lo ves? Eres un traidor”. ¿por eso salió corriendo Pedro y lloró?
Tenía miedo de ver a Dios a la cara. Suponía que, al hacerlo, Dios le reclamaría exigiendo cuentas.
¿Qué más daba? Igual que Pedro, ¿qué más podía perder?
Al fin se atrevió y levantó la vista de su imaginación con humildad, con el alma quebrantada, con el espíritu sediento de perdón.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al entender que Dios lo miraba…pero no con odio, no con coraje, no con reclamo. Los ojos del Señor estaban exentos de reproche o exigencia. Se limitaban a decirle, en silencio, lo que en silencio, seguramente, le habían dicho a Pedro:
“Te amo”
Se puso de pie. Quiso protestar.
“Pero, ¿cómo puedes amarme, si yo he hecho tanto daño, si he fingido amor, si he lastimado a muchas mujeres…?
Levantó la cara despacio. Se quedó mirando fijamente y ahí seguía el mismo mensaje…
“Te amo”
Entonces, al igual que Pedro, salió corriendo y lloró amargamente. Fue un morir y un volver a nacer. Una dolorosa cirugía espiritual que lo convirtió en un hombre nuevo.
Fragmento del libro Juventud en extasis 2
Carlos Cuauhtemoc Sanchez
Editorial Diamante.
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