Hay una conocida historia de unos amigos del Señor que creyeron sentirse abandonados y solos. Cuando en medio de la atareada agenda el Señor quería quitarse los zapatos, comer una deliciosa pizza y compartir alguna charla intrascendente hasta la madrugada, la casa de Lázaro y sus hermanas era el lugar apropiado. Ni siquiera los apóstoles podían entrar en ese selecto círculo. Tampoco sus íntimos como Pedro o Juan. La casa de Lázaro era el lugar ideal para distenderse de las arduas tareas ministeriales. Puedo ver la sonrisa en el rostro de Jesús al repasar su itinerario y darse cuenta de que pasará cerca de Betania. El Señor tenía muy buenos amigos en esa ciudad. Las bromas de Lázaro siempre lograban arrancarle una sonrisa al Maestro. Y esas anécdotas increíbles podían sucederle solo al él. Indudablemente, Lázaro es de esos amigos que logran hacerte sentir bien, que consiguen que por una horas dejes de pensar en las complicaciones cotidianas.
Y la deliciosa tarta de Marta. Nadie en toda Betania y sus alrededores cocina como ella. El Maestro podía sentir el dulce aroma de su arte culinario aun antes de entrar a la casa. Y María. Con sus eternas y ocurrentes preguntas. Y esas singulares frases que parecen sacadas de un libro de poesías. Definitivamente el Señor tenía tres buenos amigos con quien compartir una distendida cena. No tiene que avisar con mucha antelación. Solo envía un mensajero a decirles -Jesús está a la otra orilla. Dice que no bien se desocupe y termine con el servicio de milagros pasará a comer algo. Ah, y me insistió en que Marta no olvide cocinar esa tarta de zapallos tan exquisita.
Puedo imaginarme la velada. Luego de las bromas de rigor ellos escuchan con atención a Cristo mientras les habla de los planes futuros, de lo que sucederá en Jerusalén. Indudablemente, esta es la familia más informada en cuanto a los planes del Señor y las verdades del Reino. Siempre es un placer tener a Jesús en casa. Y lo que es mejor, es bueno saber que pasará por aquí cada vez que esté cerca de Betania, después de todo, no está tan lejos de Jerusalén.
El Maestro tiene la suficiente confianza para quedarse a pasar la noche. Un frugal desayuno lo esperará cuando los primeros rayos del sol invadan la cómoda habitación que comparte con Lázaro. Luego se despedirá con un abrazo y la promesa de regresar en cualquier momento, cuando haya el próximo hueco en la agenda.
Pero la crisis también llega como un intruso a la casa de Marta y María. Un atardecer, Lázaro llega a casa con un poco de fiebre. No parece algo como para preocuparse, pero se ve un tanto pálido. Por la madrugada la fiebre parece subir sin piedad, y junto con las primeras convulsiones comienza a delirar. María considera que tal vez este sea el momento de llamar a su amigo. Han pasado noches enteras oyendo las fascinantes historias de los milagros del Señor. Lo han visto resucitar muertos y sanar a los enfermos como parte de su rutina de trabajo. Y después de todo, ellos pueden considerarse amigos del círculo íntimo de Jesús. Es que Dios suele dormir en su casa. Envían un mensajero con la noticia del último momento. -Díganle que Lázaro, su amigo, está muy grave. Pero curiosamente, cuando el Maestro se entera de la triste noticia, en lugar de cruzar a Betania se va para Judea. Y por alguna razón, llega cuatro días tarde. Demasiado tarde. Lázaro está muerto. Marta y María están dolidas y molestas. Sienten que el Maestro los ha dejado librados a su suerte. —Estoy sorprendida por la actitud de Jesús. Se suponía que era nuestro amigo. Ni siquiera fue capaz de estar presente para su funeral. Tiene tiempo para sanar a diez leprosos. Se detiene por un desconocido llamado Bartimeo. No le importó salirse del itinerario para sanar a una mujer con un flujo de sangre. Pero no tiene tiempo para estar con nosotros cuando lo necesitamos.
Otra vez la impetuosa soledad, que llega impiadosa, haciéndoles creer que el mismo Dios las acaba de abandonar. El Señor le dice a Marta que su hermano ha de vivir. Así de sencillo. Que confíe en Él. Que no hay razones para estar triste. Que se trata de un plan diseñado en los cielos. Pero sus amigas ya no confían. Las lágrimas de estos cuatro días se han llevado la poca fe que les quedaba. Ellas no esperan un milagro. Quizás una disculpa, pero no un milagro. Al menos debió haber traído flores y una buena excusa. —¿No podía Pedro reemplazarte y predicar unos días? No lo puedo creer —dice Marta—Los vecinos están asombrados de tu "amistad". Con amigos como tú, quién necesita enemigos. De haber estado aquí, mi hermano no estaría muerto. El Señor observa la mira hostil y acusadora de esa misma mujer que tantas veces le había preparado su tarta favorita. Observa la tristeza y la falta de fe de María, con quien compartió tantas verdades. Otra Vez, el mismo común denominados de la soledad. —Debiste haber llegado a tiempo. —Pudiste hacer algo, enviar a alguien, aunque sea. Las acusaciones de siempre, dirigidas a quien creemos que debió ayudarnos. —Debió, pudo. Y fue entonces cuando Jesús lloró. No te confundas tu también. No creas lo que tantos predicadores han pregonado por años. Jesús no llora por su amigo Lázaro. ¿Por qué llorar por alguien que va a resucitar en cuestión de minutos? Jesús no lloraría por algo tan pasajero. El Señor llora por Marta, por María, por sus amigos. Tantas horas compartidas. Tantas tazas de café. Tantos viernes de pizza hablando de los secretos escondidos y los planes del cielo. Tantas leyes del Reino, tantas veces de hablar sobre su misión en la tierra. Eran amigos, pero no lo conocían.
—Bueno, no es que dudemos, pero una cosa es sanar a un enfermo y otra muy distinta hacer algo con un muerto.
Confiaban en Él, pero con ciertas restricciones. Con reservas. Eres Dios siempre y cuando mi problema sea tan grande que incluso te supere a ti. Marta, María y aun los vecinos de Betania no comprenden que es solo un plan orquestado para que Él pueda mostrar su gloria. Que jamás los ha dejado solos, por el contrario, el propósito era atraerlos hacia Él y que formaran parte de la gran historia de las escrituras. Aun a pesar de todo, el Señor le da una oportunidad para creer. Les ordena que quiten la piedra y traerá a Lázaro de regreso.
Pero la crisis también llega como un intruso a la casa de Marta y María. Un atardecer, Lázaro llega a casa con un poco de fiebre. No parece algo como para preocuparse, pero se ve un tanto pálido. Por la madrugada la fiebre parece subir sin piedad, y junto con las primeras convulsiones comienza a delirar. María considera que tal vez este sea el momento de llamar a su amigo. Han pasado noches enteras oyendo las fascinantes historias de los milagros del Señor. Lo han visto resucitar muertos y sanar a los enfermos como parte de su rutina de trabajo. Y después de todo, ellos pueden considerarse amigos del círculo íntimo de Jesús. Es que Dios suele dormir en su casa. Envían un mensajero con la noticia del último momento. -Díganle que Lázaro, su amigo, está muy grave. Pero curiosamente, cuando el Maestro se entera de la triste noticia, en lugar de cruzar a Betania se va para Judea. Y por alguna razón, llega cuatro días tarde. Demasiado tarde. Lázaro está muerto. Marta y María están dolidas y molestas. Sienten que el Maestro los ha dejado librados a su suerte. —Estoy sorprendida por la actitud de Jesús. Se suponía que era nuestro amigo. Ni siquiera fue capaz de estar presente para su funeral. Tiene tiempo para sanar a diez leprosos. Se detiene por un desconocido llamado Bartimeo. No le importó salirse del itinerario para sanar a una mujer con un flujo de sangre. Pero no tiene tiempo para estar con nosotros cuando lo necesitamos.
Otra vez la impetuosa soledad, que llega impiadosa, haciéndoles creer que el mismo Dios las acaba de abandonar. El Señor le dice a Marta que su hermano ha de vivir. Así de sencillo. Que confíe en Él. Que no hay razones para estar triste. Que se trata de un plan diseñado en los cielos. Pero sus amigas ya no confían. Las lágrimas de estos cuatro días se han llevado la poca fe que les quedaba. Ellas no esperan un milagro. Quizás una disculpa, pero no un milagro. Al menos debió haber traído flores y una buena excusa. —¿No podía Pedro reemplazarte y predicar unos días? No lo puedo creer —dice Marta—Los vecinos están asombrados de tu "amistad". Con amigos como tú, quién necesita enemigos. De haber estado aquí, mi hermano no estaría muerto. El Señor observa la mira hostil y acusadora de esa misma mujer que tantas veces le había preparado su tarta favorita. Observa la tristeza y la falta de fe de María, con quien compartió tantas verdades. Otra Vez, el mismo común denominados de la soledad. —Debiste haber llegado a tiempo. —Pudiste hacer algo, enviar a alguien, aunque sea. Las acusaciones de siempre, dirigidas a quien creemos que debió ayudarnos. —Debió, pudo. Y fue entonces cuando Jesús lloró. No te confundas tu también. No creas lo que tantos predicadores han pregonado por años. Jesús no llora por su amigo Lázaro. ¿Por qué llorar por alguien que va a resucitar en cuestión de minutos? Jesús no lloraría por algo tan pasajero. El Señor llora por Marta, por María, por sus amigos. Tantas horas compartidas. Tantas tazas de café. Tantos viernes de pizza hablando de los secretos escondidos y los planes del cielo. Tantas leyes del Reino, tantas veces de hablar sobre su misión en la tierra. Eran amigos, pero no lo conocían.
—Bueno, no es que dudemos, pero una cosa es sanar a un enfermo y otra muy distinta hacer algo con un muerto.
Confiaban en Él, pero con ciertas restricciones. Con reservas. Eres Dios siempre y cuando mi problema sea tan grande que incluso te supere a ti. Marta, María y aun los vecinos de Betania no comprenden que es solo un plan orquestado para que Él pueda mostrar su gloria. Que jamás los ha dejado solos, por el contrario, el propósito era atraerlos hacia Él y que formaran parte de la gran historia de las escrituras. Aun a pesar de todo, el Señor le da una oportunidad para creer. Les ordena que quiten la piedra y traerá a Lázaro de regreso.
Sí las mismas piedras las mismas piedras que Él mismo podría pulverizar o hacer levitar. Aquella que decenas de ángeles estarían dispuestos a mover muy gustosos. Pero Él les da la oportunidad a sus amigos. —Marta, María, respetables vecinos. Solo voy a pedirles un enorme favor. Si aún le quedan ganas de confiar y creen en esta amistad, corran la piedra de la entrada de la tumba. El mismo Señor que iba a resucitar de los muertos les deja participar del milagro. Cuando se los cuenten a sus nietos, podrán decir que colaboraron con Dios. Que por un instante fueron los asistentes para que el Gran Mago sacara un conejo de la galera. Inesperado. Cuando todo el público creía que el truco había fallado. O que había llegado tarde…
Tu amigo está a la otra orilla y ya sabe que estás en problemas. si parece llegar tarde, es porque acaso quiere atraerte hacia Él. Y cuando finalmente llegue, lo hará con un truco bajo la manga.
Y hasta quizás te deje asistirlo y formar parte del milagro
Fragmento del libro Las arenas del Alma
Dante Gebel.
Y hasta quizás te deje asistirlo y formar parte del milagro
Fragmento del libro Las arenas del Alma
Dante Gebel.
Qué hermosa reflexión para cuantos a veces pensamos que Dios se tarda en responder a nuestras ansiedades. Es lindo pensar que Dios sabe lo que estamos pasando y que su demora es porque está trazando planes eternos para nuestra vida. Gracias por publicar esta historia!
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