Hace poco en la ciudad donde
vivo se anunció que se esperaba una gran nevada para el 25 de diciembre. En mi casa tuvimos una rica cena de
Nochebuena un día antes, que consistió del tradicional pavo, un poco de puré de
papa, ensalada, pan, tamales, postre. Así que teníamos comida de sobra. Mi
esposo hizo provisión de un poco de leña para la chimenea y fuimos a una tienda
cercana a comprar un par de películas para disfrutarlas al calor del fuego,
juntos en familia.
Con nuestras cobijas
calientitas, fuego a nuestro lado y suficiente comida para el día, se podría
decir que estábamos “armados” para la tormenta de nieve que se avecinaba.
Y cuando ésta comenzó, a la hora
esperada de la tarde, fue motivo de alegría para todos. “¡Mira, qué lindo! – comentábamos - ; “¡Está
nevando ya!”
Algunos amigos pronto comenzaron
a poner fotos de la nieve en Facebook y
a comentar al respecto. Yo salí afuera
de mi casa a tomar algunas fotos lindas de las casas a mi alrededor, del árbol
de enfrente cubierto de escarcha, en fin. Todo lucía hermoso, blanco,
blanco.Toda la noche continuó cayendo nieve, y al
amanecer el espectáculo era singular; todo afuera estaba cubierto de un hermoso
y perfecto manto blanco puro y brillante.
Vi algunos niños en el vecindario
corriendo felices en la calle; orgullosos de ser los primeros en arruinar el
tapete perfecto con las huellas de sus pies. Por supuesto todos ellos bien cubiertos con chamarras, gorros, bufandas
y guantes en sus manos. Sin duda alguna
estaban disfrutando la nieve en grande. Se
oían risas entre ellos, y muy pronto nos dimos cuenta que comenzaron una "guerra" con bolas de nieve. Los chicos estaban
felices.
En mi casa comentamos: “¡Qué hermosa
es la nieve, es un espectáculo asombroso! ¿no es cierto?” “¡No he conocido a
alguien que se disguste porque está nevando!”
Todos disfrutamos una linda nevada. Incluso conozco gente que jamás ha visto caer
nieve y quisieran poder tener esa
oportunidad.
Pero fue unos días después, ni
siquiera pasó una semana, cuando toda mi perspectiva cambió. Escuchamos en las noticias que una tormenta
de nieve estaba azotando la ciudad de Juárez, en Chihuahua. Y el frío invernal estaba golpeando a los
habitantes de esa entidad, sin clemencia.
El noticiero de El Paso, Texas,
mostró entonces una entrevista con unas personas de Ciudad Juárez que estaban
sufriendo, sí, sufriendo la nevada.
Las personas entrevistadas vivían
en una casa de cartón, sin calentador, sin leña en la chimenea, sin comida
caliente, sin suficientes cobijas para el terrible clima, sin películas. Vi a niños que, en vez de disfrutar la nieve aventándose
bolas, estaban temblando de frio sin una sonrisa en sus rostros. Ellos
no tenían chamarras calientitas, ni bufandas, ni guantes en sus manos, apenas
unos pobres zapatos que dudo mucho pudieran cubrir sus pies de la nieve.
Y fue impactante. Cómo unos pueden disfrutar el espectáculo sin
comparación de una linda nevada, mientras otros ruegan al cielo que pare de
nevar y se acabe su tormento y su sufrimiento.

Sí, es todo eso y muchas cosas
más.
¿Cómo es posible que unos
disfruten alegremente de la nieve mientras otros ruegan al cielo que no caiga
más?
Todo radica en lo que uno posee:
en la protección y en la seguridad del refugio que se tiene.
Sentí compasión por esa gente, muriéndose
literalmente a causa del inclemente frío. Un anciano de 90 años luchaba en vano por calentarse con un par de
cobijas que su hija le colocaba encima. Y ella temblando de impotencia y dolor, prendió su
estufita para hervir agua y esperar que el vapor hiciera un poco más de “calor”
en el cuarto.
Qué triste, ¿no es cierto? Pobre
gente. A ellos no les pasa por la mente
tener una cámara fotográfica a la mano para sacar fotos del blanco
paisaje. No piensan en iniciar una
divertida guerra de bolas de nieve, o dibujar angelitos en la tierra cubierta
de nieve. No, ellos buscan
desesperadamente algo que les de calor y los haga sentirse protegidos, y lamentablemente
la nieve y el frío pasan sin que ellos alguna vez hayan conseguido lo que tanto
anhelaban.
Esto me hizo pensar en la vida
espiritual.
La gente que conoce acerca de
Cristo y la verdad, de su gran amor, de su perdón por nuestros pecados, de su protección,
de su ayuda, de su promesa de volver, de su salvación, vive tranquila y
protegida bajo la calefacción de su conocimiento, de su fe, de su vida
espiritual.
Ellos andan felices gozándose
entre ellos mismos, con sus chamarras y sus guantes, tomando fotos, dibujando
angelitos, formando muñecos de nieve; indiferentes al dolor de la gente que no
tiene ni siquiera esperanza.

En ocasiones mueren literalmente
sin el conocimiento de la salvación, porque nadie tuvo compasión de su dolor y
sufrimiento ante la inclemencia del tiempo actual, porque nadie se atrevió a
llevarles unas cobijas de esperanza, una chamarra del amor de Dios, un poco de calor
del conocimiento de ese Jesús maravilloso.
Y mientras nosotros con nuestra calefacción
y equipo para las bajas temperaturas, disfrutamos de un día helado cubiertos,
tranquilos y seguros, ellos mueren sin haber experimentado ningún tipo de calor
cristiano.
Yo tuve mi lección a raíz de la
nieve que cayó en mi ciudad. Y quise
compartirla contigo.

Tú tienes suficiente material
para calentar al mundo. Es cuestión de que te importe esa gente, que de verdad
sientas el deseo de ayudarla. Dios nos
ayude a todos a querer proteger a esa gente y brindarle todo lo que esté en
nuestras manos para aliviar sus cargas, su tristeza, su soledad, y su frío
espiritual. Dios te bendiga.
Autor: Cecilia Lopez
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