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LA LISTA DE TUS PECADOS



La lista de nuestras debilidades. ¿Querrías ver la tuya? ¿Te gustaría hacerla pública? ¿Cómo te sentirías si fuera exhibida de modo que todos, incluyendo Cristo mismo, pudiera verla? ¿Quieres que te lleve al momento en que tal cosa ocurrió?



Sí, hay una lista de tus fracasos. Cristo ha escrito tus defectos. Y sí, esa lista se ha hecho pública. Pero tú no la has visto. Ni yo tampoco.
Ven conmigo al cerro del Calvario y te diré por qué.

Observa a los que empujan al Carpintero para que caiga y estiran sus brazos sobre el madero travesaño. Uno presiona con su rodilla sobre el antebrazo mientras pone un clavo sobre su mano. Justo en el momento en que el soldado alza el martillo, Jesús vuelve la cabeza para mirar el clavo.



¿No pudo Jesús haber detenido el brazo del soldado? Con un leve movimiento de sus bíceps, con un apretón de su puño pudo haberse resistido. ¿No se trataba de la misma mano que calmó la tempestad, limpió el templo y derrotó a la muerte?

Pero el puño no se cerró… y nada perturbó el desarrollo de la tarea.
El mazo cayó, la piel se rompió y la sangre empezó a gotear y luego a manar en abundancia. Vinieron entonces las preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué Jesús no opuso resistencia?

«Porque nos amaba», contestamos. Es verdad. Una verdad maravillosa aunque, perdóname, una verdad parcial. Él tuvo más que esa razón. Vio algo que lo hizo mantenerse sumiso. Mientras el soldado le presionaba el brazo Jesús volvió la cabeza hacia el otro lado, y con su mejilla descansando sobre el madero, vio:
¿Un mazo? Sí. ¿Un clavo? Sí. ¿La mano del soldado? Sí. Pero vio algo más. (…).

La multitud en la cruz entendió que el propósito al martillar era clavar las manos de Cristo a un madero. Pero esto es solo la mitad de la verdad. No podemos culparlos por no ver la otra mitad. No podían verla. Pero Jesús sí. Y el cielo. Y nosotros.

A través de los ojos de la Escritura vemos lo que otros no vieron pero Jesús sí vio. «Él dejó sin efecto el documento que contenía los cargos contra nosotros. Los tomó y los destruyó, clavándolos a la cruz de Cristo» ( Col. 2.14 ).

Entre sus manos y la madera había una lista. Una larga lista. Una lista de nuestras faltas: nuestras concupiscencias y mentiras y momentos de avaricia y nuestros años de perdición. Una lista de nuestros pecados.

Suspendida de la cruz hay una lista pormenorizada de tus pecados. Las malas decisiones del año pasado. Las malas actitudes de la semana pasada. Allí abierta a la luz del día para que todos los que están en el cielo puedan verla, está la lista de tus faltas.

Ha hecho una lista de nuestras faltas. Sin embargo, la lista que Dios ha hecho no se puede leer. Las palabras no se pueden descifrar. Los errores están cubiertos. Los pecados están escondidos. Los que están al principio de la lista están ocultos por su mano; los de debajo de la lista están cubiertos por su sangre. TUS PECADOS ESTÁN «BORRONEADOS» POR JESÚS. «Él te ha perdonado todos tus pecados: él ha limpiado completamente la evidencia escrita de los mandamientos violados que siempre estuvieron sobre nuestras cabezas, y los ha anulado completamente al ser clavado en la cruz» ( Colosenses 2.14 ).


Por esto es que no cerró el puño. ¡Porque vio la lista! ¿Qué lo hizo resistir? Este documento, esta lista de tus faltas. Él sabía que el precio de aquellos pecados era la muerte. ÉL SABÍA QUE LA FUENTE DE TALES PECADOS ERAS TÚ, Y COMO NO PUDO ACEPTAR LA IDEA DE PASAR LA ETERNIDAD SIN TI, ESCOGIÓ LOS CLAVOS.

La mano que clavaba la mano no era la de un soldado romano.
La fuerza detrás del martillo no era la de una turba enfurecida.
El veredicto detrás de la muerte no fue una decisión de judíos celosos.
Jesús mismo escogió los clavos.

Por eso, la mano de Jesús se abrió. (…)Sabía que el propósito del clavo era poner tus pecados donde pudieran ser escondidos por su sacrificio y cubiertos por su sangre.(…)

Y como las manos de Jesús se abrieron para el clavo, las puertas del cielo se abrieron para ti.



Fragmento del libro "El escogió los clavos", Max Lucado.




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