Viajando. Un viaje nostálgico lejos de casa. Esperando que alguien me rescatara y me llevara a terrenos conocidos y seguros para mí. Lo nostálgico mantiene a la mente ocupada pensando en situaciones, personas, olores y lugares que irrumpen en el corazón humano tras una aparente perdida. Ya tenía yo la vida tachada de ineficaz, grosera y mal encachada por todos los destrozos que me había hecho presenciar, la muerte de mi padre y por lo tanto el alejarme para siempre de mi mansión en la ciudad. El dinero no me servía de nada siendo menor de edad y con una madre que estaba en otro continente, totalmente incomunicada con su mundo original. Y mi vida se iba perdiendo en remordimientos, pérdidas de personas que no necesariamente la muerte me había quitado y aún más en el sabor desconocido del futuro.
Sentía como se sembraba la semilla de la suspicacia e iba
creciendo en mí. Había leído muchas novelas y cuentos de género fantástico que
solo me servían de escape por unos minutos, antes de darme cuenta del hoyo en
el que me encontraba. Sentía como hervía en mí la decepción hacia Dios.
Por el camino me quede observando un anuncio: “¿Quieres
construir tu casa en menos de un año y con poco presupuesto? Contáctanos
al…”. Creí ver en mi imaginación a una familia, con las añoranzas a punto
de explotar, al ver su casita, pequeña, cómoda y sobre todo real, frente
a sus ojos. El padre -agradecido
con la generosa empresa que hizo realidad su sueño y el de su familia de tener
casa propia que duraría y serviría para toda su estirpe- se acerca a la puerta
y al abrirla, toda la casa se viene
abajo, el techo cede ante sus narices, los cristales se revientan y una
estrepitosa situación se presenta ante ellos.
Después de este episodio imaginado, sentí remordimientos al darme
cuenta de lo amarga que me estaba volviendo con la vida, mi tendencia a pensar
en que todo lo que pasaba en este mundo no era más que una increíble farsa.
Pero vaya sorpresa que me tenía preparada el destino. Intente concentrarme en
ver el paisaje porque me sentía hastiada de estar formulando pensamientos
soeces contra la vida que Dios me había
dado. Al enfocar mi vista en lo que estaba fuera de la ventana, vi como una
pareja muy joven, con ropa apenas aceptable, sin zapatos, con los pies sobre
la tierra ardida
por el sol y sus rostros aún con esperanzas. Iban empujando una carretilla de
construcción en donde llevaban tres bultos, una bolsa que al parecer tenía una
frazada adentro, otra más que contenía por lo menos una docena de elotes y el
tercer bulto era uno de su raza, un bebito robusto, de cara pálida y mirada
perdida. Mi corazón se hizo pequeño y sin pensarlo le grite al chofer: “¡Pare
el coche que aquí me bajo!” Mi hermana se escandalizó con semejante orden, pero
antes de que pudiera construir su frase contradictoria yo ya me había bajado
del carro y me dirigía hacia la pareja. Minutos más tarde regresé con $500
pesos menos y una docena y media de elotes. Cuando el carro se alejó, me quede
observando a la pequeña familia y vi como sonreían, el hombre sin una pizca de
vergüenza de que alguien notara que le faltaban dos dientes incisivos. Regrese
y me senté, pensando en lo desesperados que ellos estaban hace unos momentos, y
me avergoncé de mi actitud anterior, de mi agnosticismo, de mi suspicacia y
falta de fe. Pero escondí todas estas autoacusaciones y me quedé dormida, el
viaje continué toda la noche.
Me desperté sobresaltada por un
bache y de pronto comencé a fijarme en el amanecer, a lo lejos salía un sol
desgreñado, con los pelos al aire y una cara llena de pureza divina, mi corazón
se estremeció ante la idea de que un ser lleno de amor había creado ese astro.
Mi falta de fe intentó contaminar esas sensaciones, haciéndome pensar en que el
sol se iba a morir, nos iba a abandonar y la tierra se convertiría en un lugar
gélido y desolado, y que por ahora solo podíamos vivir con la esperanza de que
la muerte inminente del sol no llegue mientras nuestras vidas aun estuvieran
encendidas. Pero esta idea se me sacudió cuando vi como una bandada de pájaros
salía volando juntamente hacia otro árbol lleno de viveza, varios de estos
traían comida en sus picos y estaban cubiertos de plumas, un traje
infinitamente elegante.
Ahí fue cuando me di cuenta que
es imposible vivir sin fe, es imposible vivir creyendo que se nos olvidará como
respirar; de que el sol se va a morir y junto con el las plantas, los animales
y la raza humana. Es detestable la idea de que nadie en este mundo es capaz de
amar diáfanamente. Odiable creer que la locura es una cualidad inmunda, cuando
todos sabemos (o todos deberíamos saber) que esa clase de locura que nos hace
más felices que la gente común, que nos llena el alma de ideas entrañables y
benignas, que nos deja ver el mundo de otra manera y nos deja acariciar
esperanzas irrealistas sabiendo que en este mundo es imposible conseguir, esa
locura es la que nos hace diferentes. Y ese amor a ella solo nos lo da la fe.
Dejándome de fundamentalismos,
me di cuenta de que así como existe el amor a la fe, éste amor, a su vez, crea
el amor hacia otras cosas que Dios hizo, el amor a Él es el que crea el amor a
la fe, y viceversa.
¡A disfrutar nuestra vida en
este mundo regando luz por todas partes! Ya casi viene Jesús para llevarnos a
donde pertenecemos.
“Me explico: El mensaje de la
cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan,
es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios.” (1 Cor. 1:18)
Autor: Lizzy Marcela
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