¿Qué tal si por un día Jesús se convirtiera en usted?
¿Qué tal si por veinticuatro horas Jesús se levantara de su
cama, de la de usted, anduviera en sus zapatos, viviera en su casa, y siguiera
su horario? ¿Su jefe sería el jefe de Él, su madre sería la madre de Él, sus
dolores serían los de Él? Con una excepción, nada en su vida cambia. Su salud
no cambia. Sus circunstancias no cambian. Su horario no se altera. Sus
problemas no se resuelven. Solo un cambio ocurre.
¿Qué tal si, por un día y una noche, Jesús viviera la vida
suya con el corazón de Él? El corazón que usted tiene en el pecho tiene el día
libre y su vida la dirige el corazón de Cristo. Las prioridades de Él gobiernan
sus acciones. Las pasiones de Él impulsan sus decisiones. El amor de Cristo
dirige su conducta.
¿Cómo sería? ¿Notaría la gente algún cambio? Su familia,
¿vería algo nuevo? Sus compañeros de trabajo, ¿percibirían alguna diferencia?
¿Qué tal de los menos afortunados? ¿Los trataría de la misma manera? ¿Qué tal
sus amigos? ¿Detectarían más alegría? ¿Qué tal sus enemigos? ¿Recibirían más
misericordia del corazón de Cristo que del suyo?
¿Y usted? ¿Cómo se sentiría? ¿Qué alteraría este trasplante
en su nivel de tensión? ¿En sus cambios de talante? ¿En sus arranques temperamentales?
¿Dormiría mejor? ¿Vería diferente la puesta del sol? ¿La muerte? ¿Los
impuestos? ¿Necesitaría menos aspirinas y sedativos? ¿Qué tal en su reacción a
las demoras en el tránsito? (Eso duele, ¿no?) ¿Temería todavía lo que teme?
Mejor todavía, ¿seguiría haciendo lo que está haciendo?
¿Haría usted lo que ha planeado por las siguientes
veinticuatro horas? Deténgase y piense en su horario. Obligaciones, citas,
salidas, compromisos. Con Jesús apoderándose de su corazón, ¿cambiaría alguna
cosa?
Siga trabajando en esto por un momento. Ajuste el lente de
su imaginación hasta que tenga un cuadro claro de Jesús guiando su vida,
entonces oprima el obturador y retrate la imagen. Lo que usted ve es lo que
Dios quiere. Él quiere que usted piense y actúe como Jesucristo (Véase
Filipenses 2.5 ).
Dios quiere que usted sea como Jesús. Quiere que tenga un
corazón como el de Él.
Dios lo
ama tal como es, pero rehúsa dejarlo así. Él quiere que usted sea como Jesús.
El amor de Dios nunca cesa. Jamás. Aun cuando le desdeñemos,
le ignoremos, le rechacemos, le menospreciemos, le desobedezcamos, Él no
cambia. Nuestro mal no puede disminuir su amor. Nuestra bondad no puede
aumentarlo. Nuestra fe no se lo gana así como nuestra necedad no lo estorba.
Dios no nos ama menos porque fracasemos ni más porque triunfemos. El amor de
Dios nunca cesa.
Dios lo ama tal como usted es, pero rehúsa dejarlo así.
Cuando mi hija tenía aproximadamente dos años solía llevarla
a un parque cercano a nuestro departamento. Cierto día ella estaba jugando en
un montículo de arena, y un vendedor de helados se acercó. Le compré una golosina,
y cuando me volví para dársela a la niña, vi que tenía la boca llena de arena.
Donde yo quería poner algo sabroso ella había puesto tierra.
¿La amé con su boca sucia? Claro que sí. ¿Era ella menos
hija mía por su boca llena de arena? Por supuesto que no. ¿La dejaría yo con la
arena en su boca? Ni en sueños. La quería exactamente como ella era, pero
rehusé dejarla como estaba. La llevé hasta un grifo de agua y le lavé la boca.
¿Por qué? Porque la quería.
Dios hace lo mismo con nosotros. Nos lleva a la fuente.
«Escupe la tierra, cariño», nos insta nuestro Padre. «Tengo algo mejor para
ti». Así nos limpia de nuestra inmundicia: inmoralidad, falta de honradez,
prejuicios, amargura, avaricia. No nos gusta que nos limpie; algunas veces
preferimos la tierra en lugar del helado. «¡Puedo comer tierra si se me
antoja!» proclamamos y nos enfadamos. Lo cual es cierto; podemos. Pero si lo
hacemos, nosotros perdemos. Dios tiene una oferta mejor. Quiere que seamos como
Jesús.
¿No son esas buenas noticias? Usted no está atascado con su
personalidad actual. No está condenado al «reino de los gruñones». Usted es
maleable. Aun cuando se haya afanado todos los días de su vida, no necesita
afanarse el resto de su vida. ¿Qué tal si nació como un intolerante? No tiene
por qué morir siéndolo.
¿De dónde sacamos la idea de que no podemos cambiar? ¿De
dónde vienen afirmaciones tales como: «Es mi naturaleza preocuparme», o
«siempre he sido pesimista. Así soy yo», o «tengo mal genio. No puedo
evitarlo»? ¿Quién lo dice? ¿Diríamos cosas similares respecto a nuestro cuerpo?
«Es mi naturaleza tener una pierna rota. No puedo hacer nada para evitarlo».
Por supuesto que no. Si nuestros cuerpos funcionan mal, buscamos ayuda. ¿No
deberíamos hacer lo mismo con nuestros corazones? ¿No deberíamos buscar ayuda
para nuestras actitudes agrias? ¿No podemos pedir tratamiento para nuestros
arranques de egoísmo? Por supuesto que podemos. Jesús puede cambiar nuestros
corazones. Él quiere que tengamos un corazón como el suyo.
¿Puede usted imaginarse una mejor oferta?
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