Con la entrada del pecado en el huerto del Edén, Satanás se hizo de un arma. Un arma cruel e implacable. El arma de la muerte. Esa arma inflige un dolor terrible en los seres amados de aquel que cae víctima de ella, y genera tantas cuestiones sobre el sentido de la vida y sobre la aparente “indiferencia” de Dios. Lo ha hecho desde el principio de la historia y continúa haciéndolo en el presente. El ser humano le teme a esa arma, porque pareciera que inevitablemente –a menos de que permanezcamos con vida hasta el regreso de Jesús -, tarde o temprano llegará el momento en que se empuñe en contra de cada uno de nosotros y de nuestros seres queridos. El ser humano posee el instinto de conservación, que le hace defenderse y luchar por la vida. Además, la muerte representa la terminación abrupta de sus planes, proyectos, sueños y realidades. Por ello, desde siempre, el ser humano ha evitado el arma, ha evadido su agudo filo. Pero el enemigo -cuando le fue posible-siguió cerce...
"Asi que no nos fijamos en lo visible sino en lo Invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es Eterno" 2a Cor 4:18